Las tortugas dejaron su huella en nosotros y decidimos volver.
No nos importo el camino de cabras ni cruzar ríos, queríamos volver a verlas.
La gran arribada estaba mas suave, pero todavía llegaban muchas. La mayoría estaban quebraditas, como dicen aquí. Al final salen las mas mayores y las descapacitadas, algunas sin aletas, otras con golpes por barcos y aguelillas, que les costaba hacer el agujero para depositar los huevos y algunas los depositaban en la arena para gran festín de los zopilotes.
Ayudamos a algunas de las paralimpicas a volver al mar ya que los buitres siempre están al acecho.
Fue una labor dura a la vez que gratificante.
Los niños se reencontraron con sus amiguitos, jugaron al fútbol, e hicieron buenas amistades. Eto (su padre le puso el nombre del jugador) y Ulises y la familia de Leonardo.
Juan, el cuidador de las tortugas nos enseño muchísimo y nos comimos un montón de ostras que nos sacaba de las rocas. No le olvidaremos.




